jueves, 16 de junio de 2011

Crítica a "No hay camino al paraiso" de Charles Bukowski


Rafael Saavedra González
El paraíso perdido

I
Pasó ya la medianoche. Un hombre bebe en un solitario bar de la Western Avenue en Los Ángeles. La confusión inunda su cabeza en uno de esos periodos donde nada sale bien. Uno de esos muchos periodos. Está sentado, cabizbajo, noqueado y hastiado como quien espera la muerte.
            La situación cambia cuando una mujer de "bello cuerpo y tristes ojos marrón" se sienta a su lado, pide un vaso de vino seco y le invita un trago de escocés al desconocido protagonista. Una situación inusual, pero no tanto así como la que le sigue.
            La mujer toma su bolso y saca de él una pequeña jaula que contiene cuatro pequeños seres humanos, un grupo de homúnculos vivos, dos hombres y dos mujeres bien vestidos todos ellos, que inician el embrollo de la historia.
            Así es como comienza el cuento No hay camino al paraíso que Charles Bukowski insertó en su compendio "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones e historias generales de locura ordinaria" publicado en 1972.
II        
El relato se imbuye de todos esos aspectos que rodearon la vida de Bukowski: el sórdido ambiente de los bares californianos, el sentimiento de pérdida constante, las decepciones amorosas, el desierto del ánimo y el hastío -demasiado hastío-.
            Los diminutos individuos, apenas posados en la barra, demuestran no ser muy distintos de los humanos en tamaño natural. Un hombrecillo abofetea a una de la pequeñas mujeres a la vez que grita "¡tú, perra!" Él no quiere saber más de ella, pero ella se retuerce en lágrimas pidiéndole que no la deje, le dice que lo ama, que se matará si él la abandona. Nada de eso le importa al pequeño hombre. El otro hombrecito se siente de suerte, "si tú no la quieres yo me quedo con ella, yo la amo". De igual modo, a la mujercilla no le importa. La pequeña no ama a nadie más que aquel que la desprecia, mismo que se arroja a besar a la otra mujercita.
            La dueña de la gentecilla los presenta al hombre que la acompaña en la barra: George es el "cabronazo", Anna la enamorada de George, Marty es quien ama a Anna y finalmente Ruthie, el nuevo objeto de deseo de George.
            El nombre de la mujer en tamaño real es Dawn, "un nombre horrible, pero eso es lo que a veces les hacen las madres a sus hijos". Hank es el nombre del taciturno fatigado que le hace compañía en el bar. A Hank el espectáculo le sabe a tristeza, a Dawn le parece normal, después de todo ha tenido una suerte terrible con sus propios amores, "todos tenemos una suerte horrible" replica Hank.
            Sin embargo para Dawn no es lo más difícil respecto a su cuarteto de baja escala. Lo que es realmente complicado es el nivel de excitación que le provocan cuando los cuiquitos se ponen a hacer el amor. Para muestra, George empieza a calentar a Ruthie, es entonces cuando los dos humanos de medidas ordinarias deciden partir al apartamento de Dawn.
            En lo consecuente de la narración, George tiene sexo con Ruthie, Anna se acuesta con Marty por despecho, Hank hace el amor con Dawn y George se convierte en eunuco al ser castrado por la vengativa Anna, misma que termina encerrada en la jaula gritado con desesperación: "¡mataré a todo el mundo!"
            En su texto, Bukowski da entrada a diversas visiones del ser humano: la mujer cansada de sus fracasos sentimentales que se esconde de las relaciones sexuales sin alejarse de ellas, el hombre derrotado y nada agraciado se consigue una mujer bella y joven en el lugar donde los solitarios suplican por un poco de compañía, el abusador que se convierte en abusado, la chica con masoquismo emocional que sufre y goza del maltrato y el desprecio, aquel menos atrevido que se conforma con lo que tiene a la mano, aquella que se entrega al único postor. Encontramos también elementos que nos cargan de tensión emocional: el amor no correspondido, el triángulo amoroso, la venganza impulsada por el odio y la desesperación de los que agitan las rejas tras una jaula.
            Desconcierta la tranquilidad y alienación con que los personajes de talla natural observan a las personitas. Es como si estuviesen viendo un programa de televisión, como si espectaran la galería de sus propios recuerdos, de su propia humanidad.
            Es difícil leer el relato y no cambiar de ánimo, preguntarse respecto a las relaciones entre personas, donde pareciese que el amor lo complica todo. Bukoswki llena el cuento con una naturalidad envolvente que nos brinda imágenes de gran familiaridad.
            Finalmente, los pequeños humanos pasan de ser un elemento de ficción a transformarse en un pretexto para mostrar esa condición humana que bien llegó a  imprimir Bukowski en el relato. Después de todo sólo en este mundo de la decadencia es que personajes tan dispares como Hank y Dawn pueden encontrarse, en palabras de Bukowski, "una cucaracha y un águila" pueden hacer el amor.

4 comentarios:

  1. muy buen entendimiento , coincido totalmente , aunque creo que hay que dejar libres a las interpretaciones personales de cada persona.

    ResponderEliminar
  2. muy claro todo el contexto, fue una excelente apreciación y muy buena interpretación de el cuento..

    ResponderEliminar