viernes, 17 de junio de 2011

Epitafios adecuados

Epitafios adecuados
 Esteban Guillermo Hernández López

Definiendo la vida biológicamente, no hay quien no haya escuchado la secuencia escolar “nacer, crecer, reproducirse y morir”, sin embargo no he conocido hasta hoy una persona que no disfrute agregando algunos términos extra dentro de la secuencia, claro, todos previos a morir, ya que vivimos bajo el contrato aceptado de que la muerte se mantiene como una frontera definitiva, o al menos seguiremos bajo este entendido hasta que los raros que creen en otras realidades y apariciones fantasmales nos demuestren lo contrario.

Con este pensamiento en mente, lo realmente importante de la muerte no es su llegada a nuestra vida, sino los instantes previos a ella, o porque no decirlo más claramente, lo importante de la vida, es lo que dejamos de ella al abandonarla. Justamente eso intenta a mi parecer develar José Saramago mediante su novela Las intermitencias de la muerte, uno de los últimos trabajos de este escritor portugués, quien, fuera de los méritos que le hicieron ganador del premio Nobel de literatura, ha dejado una huella nada discreta en el mundo de la literatura del siglo XX y del XXI, este último al cual alcanzó a despedir con esta historia.

Al comienzo de la historia la muerte, sea tomada como un ente o un evento, abandona a la humanidad sin aviso alguno, y tanto niega el descanso a los enfermos y ancianos como obsequia la inmortalidad al dichoso resto de la población de aquel país sin identificar. Políticos, religiosos, corruptos mafiosos, toda calaña humana, de toda clase y situación debe enfrentar de forma diferente su condición de perpetua vida, y el escritor retrata el anhelo de ver regresar a la muerte que poco a poco va surgiendo sobre los habitantes de la desafortunada ciudad, un anhelo que termina por mostrar la importancia de la muerte dentro de una sociedad dedicada a promover la vida y el alargamiento de esta. La ausencia de la muerte es un problema para seguir viviendo, el legado y el provenir dejan de ser importantes, el futuro y la salvación eterna también, ya no hay una esperanza para los enfermos ni un consuelo para los suicidas, Saramago nos presenta en primera instancia una reflexión sobre la importancia de un fin para la vida, un fin en ambos sentidos de la palabra, pues tanto la muerte es el final de la existencia, como es el tiempo límite para hacer todo lo que se pudo o no hacer.

Se nos entrega un paseo ameno y detallado por un mundo donde la vida no es capaz por su propia fuerza de terminar, y donde lo que parece ser el anhelo de muchos, la inmortalidad, se vuelve un problema dentro de una sociedad nada diferente de las nuestras, dentro de un mundo que se ha acostumbrado a la muerte, quizá incluso con un mensaje de que los dones sobrenaturales (la inmortalidad en este caso) no son para todo mundo, y un pequeño compendio de situaciones que justifiquen esta afirmación, y además, probando que no se requieren milenios para sufrir una inmortalidad al estilo Dorian Grey o Highlander el inmortal, apenas siete meses bastan para sentir el peso de una vida incapaz de terminar.     

“Al día siguiente no murió nadie”, primera y última frase de la trama, nos ingresa en el contexto habitual de las historias de Saramago, donde un país carente de nombre, habitado por personajes de la misma naturaleza anónima sufre eventos inverosímiles para nosotros como lectores, más sin embargo creíbles, acertados, bien justificados no en causa o contexto histórico, sino en la respuesta humana ante ellos. Si algo distingue los textos de este escritor, no solo es su caótico e innavegable  estilo ortográfico (tanto por neófitos como a veces hasta por acérrimos seguidores de su obra), sino una gracia evidente para caracterizar la naturaleza humana ante historias imposibles de planear, ante los constantes ¿Qué tal si? que lanza sobre sus hombres nada preparados y en cuya piel no deseamos estar, débiles e impotentes ante la vida y sus vaivenes, que ayudan a reflexionar sobre nuestra propia condición como seres humanos.

Sin embargo el verdadero interés de la trama cae en el giro de esta, cuando a modo de una carta en un elegante sobre morado la muerte vuelve inesperadamente, y su regreso nos trae perspectivas diferentes de una historia que ya creíamos haber entendido, y los eventos ocurridos durante siete largos meses de inmortalidad se vuelven pleno contexto para una nueva historia, cuyos personajes centrales hablan de facetas humanas menos sociales y más personales, dando el giro definitivo de la trama, donde no es sino hasta terminar la última pagina que la verdadera naturaleza de ésta se revela, la importancia de la vida no se haya en su duración, los siete meses de inmortalidad no han significado nada, y la historia de una mujer y sus penurias se vuelven el nuevo centro de atención.

De nuevo todo tiene origen en un evento tan impredecible como lo fue el abandono de la muerte de sus labores habituales, y entonces la relación entre una mujer fiel a su trabajo y un chelista indiferente a la muerte o a la falta de ella nos conducen por las calles de la ciudad antes inmortal con nuevos ojos, nos lleva a la conclusión de que la relación de estos dos personajes tiene más significado que el mundo en aras de la inmortalidad del que provienen, y la volátil relación entre estos dos seres se transmuta en el epitafio adecuado de un escritor que recorría al momento de escribir esta obra el camino ineludible de la vejez.

Saramago logra en una obra dejar un mensaje de vida, un epitafio demasiado importante para ser dejado sobre una lapida de piedra, un mensaje de que la muerte solo es importante en proporción a la vida que has vivido, y todo guardado gallardamente en una breve historia de música y pasiones. De este modo Saramago deja un epitafio adecuado a su vida en una historia adecuada a su estilo, siempre constante y centrado, obsequiando al lector un mensaje que no debe ser dejado de lado ni debe tomarse como una moraleja aleccionadora; al final, lo importante de la vida no es cuanto ha durado, ni lo es tampoco burlar a la muerte o al destino, lo verdaderamente importante de la vida, es haberla vivido.   

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