miércoles, 15 de junio de 2011

UN QUIJOTE EN NUEVA ORLÉANS


Ivonne García Santibáñez Álvarez.

UN QUIJOTE EN NUEVA ORLÉANS

Imagínate por un momento que diriges una editorial y un buen día una anciana se presenta en tu oficina con un manuscrito a lápiz bajo el brazo. Te pide que lo leas porque es muy bueno y, además, lo escribió su hijo que ya ha fallecido. Sin más remedio comienzas a leer los primeros párrafos e inquietantemente, van atrapando tu interés.  Aunque resulte increíble fue así como la novela La conjura de los necios, escrita por John Kennedy Toole, llegó a manos de los lectores.
            Escrita en la década de los sesenta en Nueva Orléans, John Kennedy Toole abrió la puerta de una "tragicomedia humana, tumultuosa y gargantuesca" como lo afirma Walker Percy en el prólogo de la misma (Anagrama, 1992). Trata de un hombre de treinta años que vive con su anciana madre en la calle Constantinopla de Nueva Orleáns, en la misma época en que fue escrita. Este hombre, Ignatius J. Reilly, vive en la inconformidad de una sociedad decadente como consecuencia de la industrialización y el modernismo. Su madre, impaciente por hacer de su hijo una persona productiva que le ayude con los gastos de la casa, le pide que vaya a buscar trabajo. Las peripecias que vivirá el protagonista están aderezadas de ironía, humor y absurdos provocadas por los aires de grandeza de su propia personalidad, cobarde y exigente a la vez.
            Ignatius J. Reilly, según apuntan los críticos, es como un Quijote del siglo XX.  Yo pienso lo mismo, veámoslo así: Ignatius es el "chiflado de la gorra verde", de grandes proporciones, adiposo, siempre con la misma camisa de leñador, dispuesto a denunciar en todo momento la ineptitud de la gente, el ultraje, la inconsistencia de los valores actuales y las perversiones de trabajar. Para él "esta ciudad es la desvergonzada capital del vicio del mundo civilizado" y se encuentra dispuesto a mostrar su inconformidad porque la gente no vive como es debido.
            Si bien Ignatius no se volvió loco como el Quijote por leer libros de caballería, sí mantiene una fuerte convicción de hacer justicia y actuar correctamente (bajo sus parámetros de lo correcto), y es aquí donde evidencia su locura. Sin embargo ésta no es advertida del todo pues aparenta una cordura, una claridad y lucidez amenazantes.
            La relación madre-hijo que mantiene resulta enfermiza, por un lado la madre lo ha consentido hasta el hartazgo obteniendo como resultado un niño-adulto mimado y, por el otro,  la renuente negación del hijo por trabajar y ayudarle acentúa una atmósfera absurda y al mismo tiempo hilarante. Las respuestas defensivas que vomita Ignatius como repertorio de su agudeza e ingenio logran maravillar al lector y robarle varias carcajadas. Se pasea por la casa en un camisón de franela, se encierra en su cuarto por horas en donde da rienda suelta a sus batallas quijotescas por medio de la escritura. Su caótica recámara alberga gran cantidad de cuadernos, todos ellos con escritos a lápiz, de su puño y letra dando constancia de los radicales cambios de la sociedad y añorando los tiempos pasados "al desmoronarse el sistema medieval, se impusieron los dioses del Caos, la Demencia y el Mal Gusto", escribe. Pero la verdadera batalla la encontrará en las calles, al verse forzado a salir en busca de trabajo. Llegará a Levy Pants y conseguirá un empleo modesto, sin embargo sólo tardará algunas semanas para levantar a todos los obreros en huelga. Así seguirá hasta dedicarse a vender hot dogs, en un carrito ambulante, mercancía que terminará en su estómago. Para rematar, según él sufre de la válvula pilórica que se le cierra y esto le ocasiona indigestión y flatulencias. Son las excusas perfectas para quedarse en cama y tocar estrepitosamente su trompeta.
            Ignatius J. Reilly es un personaje muy complejo y completo, quizás un alter ego del propio escritor. Los personajes que lo acompañan son delineados en su carácter, en sus pensamientos y en sus sentimientos de manera tal que la imaginación los aviva como si pasaran frente a nuestros ojos: la madre, el policía Mancuso, el negro Jones, la dueña de un tabledance,  y alguien que no podría faltar: su dulcinea, Myrna Minkoff, una chica del Bronx, anarquista que no duda en armar mitings y huelgas a la menor provocación y quien opina que los problemas de Ignatius se resolverían con sexo. Todos ellos conforman un cuadro deleitable, crudo y risible a la vez; el circo de la humanidad que nadie debería perderse.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la recomendación, hace dias me la encontré y compré el libro, le he comenzado y lo estoy disfrutando magnanimamente.

    Saludos

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