viernes, 17 de junio de 2011

El poeta de Zacatecas; el alma de Aguascalientes.

El poeta de Zacatecas; el alma de Aguascalientes. 
Miguel Ángel Torres Sánchez
Nacido en Jerez de la Frontera, Zacatecas, en el mismo año de en que Rubén Darío publicó su revista Azul (1888), José Ramón Modesto López Velarde Berumen comeienza a plasmar sus pensamientos cuando ingresó en el Seminario Conciliar de Zacatecas en el año de 1900 y a la edad de 14 años en 1902, traía consigo la experiencia del desarraigo, la inquietud por la poesía y el candor de los clásicos. Posteriormente siguió sus estudios en el  Seminario de Santa María de Guadalupe y en el Instituto de Ciencias de la ciudad de Aguascalientes, la tierra ardorosa. Aunque no nació en Aguascalientes, gran parte de su obra fue el reflejo de lo que vivió y sintió en esta tierra. Su prolífero inicio y profundo arraigo que tuvo en ésta ciudad, insertó en toda su obra poética esa característica provinciana, romántica y pasional. Quizá mucho de ello fue producto del encuentro que tuvo durante su estadía en este estado, con la mujer que inspiró sus letras. 
En 1906 colaboró en una revista de nombre “Bohemio”, publicada en Aguascalientes, usando el seudónimo de "Ricardo Wencer Olivares", de esta manera aparecieron sus primeros textos publicados. Cabe mencionar que fue en las páginas de “El Observador”, periódico liderado por el ideólogo y gran impulsor de la literatura regional Eduardo J. Correa, en donde Ramón López Velarde inició plenamente su carrera literaria. Entre mayo de 1907 y junio del siguiente año, escribió una columna titulada “Semanales”; en 1908 ingresó al Instituto de Científico y Literario de San Luis Potosí y colaboró en periódicos y revistas de provincia. A pesar de conocer a Francisco I. Madero en 1910 y  simpatizarle el movimiento revolucionario, no fue seguidor de esta causa. En 1911 recibió el título de abogado y se trasladó definitivamente a la capital en 1914.
En periódicos y revistas de la Ciudad de México publicó con regularidad ensayos, poemas, periodismo político y crónicas. Ocupó modestos puestos burocráticos y docentes. Así mismo, entabló rápidas y efusivas amistades entre el mundillo periodístico y bohemio, iniciándose con arrojo, pero también con timidez y freno religioso, al erotismo que podemos ver en algunas de sus obras.
En su segundo libro, “Zozobra”, de 1919 pueden advertirse ya las marcas, de las "flores de pecado", como él las llamó, resultado de sus vivencias en la ciudad de Aguascalientes. En ese momento tenía 31 años y continúa soltero. Por el mismo año, un amigo de la escuela de Leyes de San Luis Potosí, Manuel Aguirre Berlanga, secretario de Gobernación del régimen Carrancista, lo lleva a trabajar a su lado. Tras el episodio de la muerte de Carranza, López Velarde queda desempleado y decide no trabajar más en el gobierno, sin embargo, en 1921, cerca del aniversario de la Independencia escribe uno de sus trabajos más conocidos: “La Suave Patria”.
Esta circunstancia laboral, aunado a un fracaso sentimental, acabaron con su ánimo: en 1921, muere en la madrugada del 19 de junio asfixiado por la neumonía y la pleuresía, en una casa de apartamentos de la Avenida Álvaro Obregón, entonces Avenida Jalisco de la ciudad de México.
Con 28 años y su eje geográfico cultural que fluctuaba entre Jerez-Aguascalientes-San Luis Potosí; consolidó su vida sentimental, periodística y literaria en su primer libro de 1916, editado por Revista de Revistas, “La Sangre devota”. El contenido de esta obra delató su nostalgia por la provincia, el fervor de su pureza y la figura de la musa de sus primeros versos: la mítica Fuensanta.
Josefa de los Ríos, de la hacienda de Ciénega, es quien lleva este reconocido sobrenombre de Fuensanta, le dedicó poemas y, a partir de 1903, fue el alma de su obra y buena parte de su vida. En Aguascalientes reafirmó y arraigó su vida artística, estudiantil y religiosa. Le tocó estar frente a un catolicismo que estaba frente al liberalismo, la modernidad, el autoritarismo y la corrupción de varios grupos que buscaban el poder. A partir de esta diversa etapa de su vida, modeló su comportamiento vital y poético como lo menciona Enrique Rodríguez Varela: “lo divino y lo mundano, lo sagrado y lo profano, la carne y el espíritu, el vuelo y la caída y el padeci-miento”[1](sic.)
Elogio a Fuensanta, es uno de sus más destacados poemas. Éste escrito forma parte de los muchos pensamientos dedicados a su amada, hacia su querida Fuensanta. Sin embargo el poema no destaca solamente por ser una simple composición, sino porque es en sí una despejada declaración de amor y no la adulación hacia un común objeto metafórico. Este sentir demuestra en su totalidad lo comentado anteriormente: nostalgia, sinceridad, amor, pureza y la fuente principal: su musa. Este breve poema destaca una serie de glorificaciones hacia Josefa de los Ríos. Sus letras hablan del gozo que sintió ante ella, cómo es que en su “boca…descubrió el sabor de los besos maternales”, la vivencia entre sus manos, la humildad con la que le “reza su tristeza”, y como sus ojos le encienden su camino ante la penumbra. Con ello, la vívida nostalgia y la extravagancia masoquista se nos presenta  en el último verso: ¡Quién me otorga en mi retiro yermo / tener,  Fuensanta, la condescendencia / de tus bondades a mi amor enfermo / como plenaria y última indulgencia![2]
López Velarde tiene temas recurrentes y reconocibles a simple vista; el añoramiento hacia su vida, sus provincias, el tinte de melancolía y su amor son adjetivos tomados a menudo por el poeta. Plasma poblaciones, tranquilidad y hasta ambientes aletargados. Estas sensaciones se dan sobre todo en sus versos, éste conjunto de ideas profundizan sus textos. Su tradición literaria y herencia cultural devienen en innovación y fidelidad, en invención y lealtad, universalidad que no traiciona las raíces y fidelidad que no asfixia su apertura al tiempo. Su influencia adoptada del positivismo (ya sea que estuviera a favor o en contra), la tradición literaria ante nuevas corrientes finiseculares y la emergencia de un estado de modernización, componen la obras y el estilo lopezvelardeano. Pocos como Ramón López Velarde pueden encontrarse en la historia de nuestra literatura, no sólo por su genio y la calidad de su lenguaje, sino porque a él se debe, en mucho, el cierre del modernismo y la fundación de nuestra poesía contemporánea.
Fue un hombre de su tiempo, el poeta provinciano, católico y tradicional, que al mismo tiempo iba definiendo los aromas propicios para su lírico olfato, “el más característico, el más refinado, el más precioso y sensual de los sentidos que poeta alguno como Baudelaire haya puesto jamás”, tal y como lo apreciara la sensibilidad de los poetas de  los Contemporáneos Xavier Villaurrutia.[3]


Fuentes
*      Jesús Gómez Serrano, Aguascalientes en la historia 1786-1920, tomo III/vol. II “Sociedad y cultura”, Aguascalientes, edición del Gobierno del Estado, 1988.
*      Camacho Sandoval Salvador, Bugambilias, 100 años de arte y cultura en Aguascalientes 1900-2000, Aguascalientes, UAA, 2010.
*      Flores Hernández Benjamín (compilador). La independencia y la revolución en la historia social y cultural de México, UAA, Aguascalientes, 2010.
*      Rodríguez Varela Enrique, Las dualidades faustas y funestas de Ramón López Velarde, mecanoescrito, Aguascalientes, México, 2001.
*      Poemas de Ramón López Velarde, s/a, Editorial Época SA, 1991, México.


[1] Rodríguez Varela Enrique, Las dualidades faustas y funestas de Ramón López Velarde, mecanoescrito, Aguascalientes, México, 2001, pp.1-2
[2] “Elogio a Fuensanta”, en Poemas de Ramón López Velarde, s/a, Editorial Época SA, 1991, México, P.p. 7- 8.
[3] Rodríguez Varela Enrique, “El aprendizaje de aquellos años. Ramón López Velarde en Aguascalientes” en La independencia y la revolución en la historia social y cultural de México, UAA, Aguascalientes, 2010, p. 140.

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